quien era capaz de vencer y dominar todo cuanto se le imponía en su camino, poseedor de una gran fortaleza y valía que solo sucumbía ante el amor de su reina.
Un buen día mientras se bañaba, dejó su diadema sobre la cama. Mas tarde, con sorpresa, descubrió que la joya había desaparecido.
En su descuido, no notó que un cuervo la observaba atentamente desde una rama frente a su ventana. Se sabe que los cuervos adoran las cosas que brillan, por lo tanto robó la joya.
Al enterarse el rey de la desaparición de la joya de su reina, mandó acerrar las puertas de palacio y a revisar todo cuanto habitante hubiera estado o no presente. Sin conseguir nada mandó matar a todas las doncellas.
El tiempo pasaba y no surgían novedades...
Un buen día, dos mendigos que caminaban a la vera de un rio dentro de la comarca, vieron en el agua, cerca de la sombra de la sombra de los árboles, el brillo de una joya. El mendigo que la vio primero, sin mediar palabra con el segundo, se despojó de sus ropas y se lanzó al agua tratando de rescatar la joya. Pero escarbó las piedras del fondo en varias oportunidades y quedando exhausto casi sin aire, salió. Sin lograr nada en el intento.
El segundo al ver lo que sucedía, intentó lo mismo con el mismo resultado. Los dos al ver que la oportunidad se les escapaba de las manos, intentaron el uno guiando y el otro escarbando con los mismos resultados que al principio.
Como el sendero era muy transitado, todo cuanto transeúnte pasaba, probaba suerte con la esperanza de obtener el medio reino.
La noticia corrió como reguero de pólvora y llegó a oídos del gran visir, quien pensó que aunque poder ya tenía, el mismo acrecentaría si rescatara la joya. Lo intentó con igual resultado que los demás.
El rey también se enteró y pensó, si rescato personalmente la joya obtendré el total respeto de mi pueblo, retendré el otro 50% de mi reino y el amor incondicional de mi reina.
Sin importarle nada, se despojó de sus vestiduras y se lanzó al fondo del rio, pero corrió la misma suerte que todos.
Mientras tanto, un monje pobre que vivía sólo de limosnas, quien curaba enfermos a cambio de una taza de arroz o una ogoza de pan, al ver tanta multitud reunida, bajó dela montaña.
Al llegar observó lo que sucedía, vio la joya reflejada en el rio y levantando el báculo desengancho la joya de la rama del árbol junto al rio, sin tocarla la entregó en la mano al rey.